Se ha desarrollado una nueva forma de organización capitalista que se basa en la digitalización en todos los rubros industriales, junto a la plataformización electrónica de relaciones sociales, transacciones de comercio, financieras, compras domésticas como así también la instalación de mecanismos cada vez más avanzados de vigilancia dentro y fuera de los hogares, para avanzar en la conexión de todos los aparatos, para conocer, sugerir, persuadir y empujar nuestras conductas.
Todo ello ha causado múltiples impactos sociales, económicos, políticos, ambientales, laborales y en la salud; siendo la mayoría de ellos negativos. Con la pandemia, la invasión electrónica de nuestra vida y trabajo se expandió enormemente e incorporó masivamente aspectos esenciales como educación, atención de la salud y reuniones de todo tipo.
La conversión de nuestras características personales y de identificación a datos digitales, son un componente clave del capitalismo de vigilancia.
Los datos biométricos, especialmente rasgos faciales e iris, no sólo identifican a una persona, también son de enorme relevancia para interpretar emociones, lo cual es esencial para la lucrativa industria de venta de futuros conductuales, o sea, la apuesta y manipulación de nuestras conductas para empujarnos a hacer lo que deseen las empresas, además son fundamentales para el reconocimiento facial desde las cámaras de vigilancia, incluso en aglomeraciones, con fines de control, represión o comerciales.
Todo se hace más grave porque el volumen de datos que implica este tipo de registro en poblaciones enteras sólo se puede almacenar y manejar en enormes nubes de computación, un sector brutalmente concentrado en pocas empresas estadunidenses como Amazon AWS, Google Cloud, Microsoft Azure e IBM, junto a Apple y Facebook, quienes controlan, además, más de la mitad del mercado global de plataformas electrónicas.
La vigilancia con fines de control y represión por parte de gobiernos y autoridades es un efecto extraordinariamente magnificado y facilitado en esta nueva era capitalista, el interés principal de las empresas es la vigilancia de nuestra vida cotidiana para poder influir y manipular nuestras elecciones de consumo, políticas, sociales y educativas.
El siguiente paso es no sólo vender datos agrupados por segmentos de interés para los anuncios de las empresas, sino vender la predicción y la modificación de las conductas de esos grupos. Para ello, la cantidad y calidad de datos que se puedan agregar y cruzar entre sí; como ubicación geográfica, educación, nivel de ingresos, preferencias de consumo, estado de salud, etcétera, son fundamentales permitiendo el crecimiento vertiginosamente de las industrias de biometría y reconocimiento facial, porque permiten vigilar, interpretar y manipular mejor las emociones, un producto de alto valor para las empresas.
Las regulaciones nacionales e internacionales necesarias para controlar o prohibir estas actividades y cuestionar los monopolios, son absurdamente insuficientes o no existen. Refieren, además, a opciones y derechos individuales, cuando se trata de una explotación global y poblacional a la que necesitamos responder con debates y derechos colectivos. En este difícil contexto, hacer obligatoria la entrega de nuestros datos biométricos, lo cual constituye el sueño de las gigantes tecnológicas, es una pésima idea.
Por Robert Lizárraga
Fuente: La Jornada