Uno de los rostros más tristes del cambio climático tiene los rasgos de un niño o una niña, obligados a trabajar para poder subsistir en un planeta y un sistema cada día más hostil.
Cada 12 de junio, se conmemora el Día internacional contra el Trabajo Infantil. El impulso de esta fecha tiene que ver con la necesidad de crear conciencia sobre cómo la pobreza condena a millones de niños al trabajo, la mayoría de las veces forzados y degradantes, privándolos de la escolarización y en muchas ocasiones llevándolos a la muerte.

El trabajo infantil le roba a la niñez el disfrute, diversas organizaciones han venido desarrollando la tarea de hacer visible la forma en que el cambio climático se ensaña especialmente contra los más vulnerables entre los pobres, que son los niños y niñas.

La afectación en los ciclos normales del clima está provocando sequías e inundaciones cada vez más intensas, frecuentes y letales, que empujan a la población de los países más expuestos al cambio climático a desplazarse de las zonas rurales a los grandes conglomerados urbanos para sobrevivir.
UNICEF, afirma que más de 500 millones de niños viven en zonas propensas a inundaciones y un aproximado de 160 millones de infantes están ubicados en áreas cada vez más afectadas por las sequías.

La deforestación, la degradación de los suelos, la contaminación de fuentes de agua, también contribuyen en el fenómeno de desplazamiento. Los cultivos y las cosechas se pierden como consecuencia de estos impactos, empobreciendo a las familias campesinas, que se ven obligadas a disminuir el presupuesto destinado a la educación y a la alimentación de los niños.
Al empobrecerse el núcleo familiar, como consecuencia de la pérdida del sustento y el desplazamiento, los más jóvenes se ven obligados a abandonar la escolaridad para contribuir con la economía familiar. Una vez fuera del sistema educativo, se hacen blanco fácil de la explotación infantil, exposición a sustancias tóxicas y vulnerabilidad a realizar trabajos considerados degradantes y execrables desde el punto de vista ético.
Hay modalidades de ocupación infantil consideradas de extrema gravedad. Los niños que son separados de sus padres y puestos a trabajar en condiciones de esclavitud o abandonados en las calles de las grandes urbes a muy temprana edad, expuestos a toda clase de amenazas, son las formas más peligrosas del trabajo infantil.

Una perspectiva diferente, tiene que ver con las actividades que no afectan ni la salud ni la escolarización del infante, y tampoco vulneran su integridad física o moral, tal es el caso de la labor que cumplen los niños dentro de su casa, colaborando con sus padres en las labores propias del hogar, como también el trabajo que se hace en época de vacaciones escolares, así como el que se lleva a cabo dentro de los negocios familiares, que son actividades que contribuyen a la formación integral de los niños, les otorgan calificación y experiencia para desempeñarse como adultos productivos en el futuro.
Es urgente que desde los gobiernos y las organizaciones no gubernamentales se adopten políticas públicas, destinadas a las familias vulnerables de los países más pobres. De esa manera, los procesos de adaptación y resiliencia frente al cambio climático impedirán que el estigma del trabajo infantil siga obstaculizando un verdadero desarrollo justo y sustentable.
Por Robert Lizárraga
Fuente unicef.gob