La Soberanía alimentaria promueve la justicia, la igualdad, la dignidad, la fraternidad y la solidaridad. Es, también, la ciencia de la vida; construida a través de realidades vividas a lo largo de innumerables generaciones, cada una enseñando a su descendencia algo nuevo, inventando nuevos métodos y técnicas que se integren en armonía con la naturaleza.
Los años 80 y 90 fueron una era de expansión capitalista desenfrenada a un ritmo nunca antes visto en la historia. Las ciudades se expandían y crecían a costa de la mano de obra barata, no remunerada o mal remunerada. El campo estaba siendo empujado al olvido, las comunidades rurales y las formas de vida rurales fueron barridas bajo la alfombra por una nueva ideología que quería convertir a todos en meros consumidores de cosas y en objetos de explotación con fines de lucro.
En las décadas siguientes, los movimientos sociales y los actores civiles trabajaron juntos para definir el derecho de los pueblos a alimentos saludables y culturalmente apropiados, producidos mediante métodos ecológicamente racionales y sostenibles, y su derecho a concretar sus propios sistemas alimentarios y agrícolas.
Colocando así las aspiraciones y necesidades de quienes producen, distribuyen y consumen alimentos en el centro de los sistemas y políticas alimentarias en lugar de las demandas de los mercados y las corporaciones. La introducción de la Soberanía Alimentaria comenzó a ser un derecho colectivo que cambió la forma en la que el mundo entendía la pobreza y el hambre.
Hasta entonces, especialmente en los primeros años del siglo XXI, una idea limitada de “Seguridad Alimentaria” dominaba los círculos de gobernanza y formulación de políticas. Noble en su intención, la seguridad alimentaria trataba a los afectados por el hambre como objetos de compasión y corría el riesgo de reducirlas a consumidores pasivos de alimentos producidos en otros lugares.
Si bien reconoció la alimentación como un derecho humano fundamental, no defendió las condiciones objetivas para producir alimentos. ¿Quién produce? ¿Para quién? ¿Cómo? ¿Dónde? Y, ¿Por qué? Todas estas preguntas estaban ausentes y el foco estaba decididamente puesto en, simplemente, “alimentar a la gente”. Un énfasis manifiesto en la seguridad alimentaria de las personas que ignoró las peligrosas consecuencias de la producción industrial de alimentos y la agricultura industrial, construida sobre el sudor y el trabajo de las personas.
Los defensores del orden mundial capitalista se dieron cuenta de que la soberanía alimentaria es una idea que atenta contra sus intereses financieros, ellos prefieren un mundo de monocultivos y gustos homogéneos, donde los alimentos se puedan producir en masa, utilizando mano de obra barata en fábricas lejanas, sin tener en cuenta sus impactos ecológicos, humanos y sociales. Prefieren economías de escala a economías locales sólidas, inyectando nuestro suelo con agrotóxicos para obtener mejores rendimientos a corto plazo, ignorando el daño irreversible a la salud del suelo.
Nada de esto es nuevo para nosotros, los condenados a las periferias de nuestras sociedades por un sistema capitalista y cruel, no se trata solo de nuestra supervivencia, sino también de las generaciones futuras y de una forma de vida transmitida de generación en generación. Es por el futuro de la humanidad que defendemos nuestra soberanía alimentaria. Y en su defensa, ¡estamos todos unidos!
Fuente:biodiversidadla.org
Por: Robert Lizárraga