En una charla provocadora y cargada de datos reveladores, el bioquímico y docente universitario Fernando Manera expuso una realidad incómoda: los productos químicos más peligrosos no están en el campo, sino dentro de nuestros hogares. La conferencia, titulada “¿Son los fitosanitarios usados en el campo los que nos contaminan?”, se desarrolló en el marco del Congreso Mercosur de Aviación Agrícola, donde Manera desmontó mitos y encendió alarmas sobre los riesgos invisibles que enfrentamos a diario.
Los verdaderos enemigos están en casa
Autor del libro Una amenaza invisible, Manera aseguró que los fitosanitarios agrícolas representan menos del 2% de las intoxicaciones químicas en Argentina, mientras que los productos de uso doméstico —como insecticidas, cosméticos, limpiadores y envases plásticos— son responsables de la mayoría de los casos.
“Tenemos más de 140.000 productos químicos dando vueltas. Los que usamos para limpiar, matar mosquitos o teñirnos el pelo son muchas veces más peligrosos que los del campo. Pero nadie los discute”, afirmó.
Datos que incomodan
- En el Hospital de Niños de Córdoba se atendieron más de 5.000 casos de intoxicación en la última década, y solo el 3% estuvo vinculado al agro.
- El lindano, prohibido en agricultura desde 1968, se vendió como piojicida hasta 2011, con concentraciones hasta 50 veces mayores que en el campo.
- El Malathion, otro neurotóxico, fue prohibido recién en 2012.
“Tenemos más de 140.000 productos químicos dando vueltas. Y los que usamos para limpiar la casa, matar un mosquito o teñirnos el pelo son muchas veces más peligrosos que los del campo. Pero nadie los discute”, planteó. En ese sentido, mostró cifras del Hospital de Niños de Córdoba, donde en los últimos 10 años se atendieron más de 5.000 casos de intoxicaciones, y solo el 3% tuvo que ver con productos del agro.
Disruptores invisibles
Manera también alertó sobre los disruptores endócrinos presentes en plásticos, cosméticos y envases, que han sido detectados en placas arteriales, testículos humanos y mamaderas. Además, criticó el uso indiscriminado de repelentes, pastillas para mosquitos y mezclas domésticas como lavandina con detergente, que liberan gas cloro, el mismo utilizado en la Primera Guerra Mundial.
Niños y embarazadas, los más vulnerables
“El problema no es el químico, sino quién lo usa y cómo lo usa. El riesgo depende de la toxicidad, pero también del tiempo y la vía de exposición”, explicó.
Manera vinculó estas exposiciones con el aumento de enfermedades como leucemia infantil, pubertad precoz, obesidad y trastornos neurológicos, y denunció la falta de educación pública y control sobre estos productos.
Un llamado a legislar con ciencia
“No hay evidencia de que el campo esté enfermando más que las ciudades. De hecho, la tasa de cáncer es más alta en las grandes urbes”, sostuvo, citando estudios internacionales que desmienten el vínculo directo entre agroquímicos y enfermedades.
Con una crítica directa al enfoque ideológico en la legislación, Manera cerró con una frase que resume su postura:
“Si la gente se cae continuamente en un precipicio, lo más lógico es poner una valla en el borde, no un hospital en el fondo. Esa valla se llama educación.”

Entre los ejemplos más llamativos, Manera señaló que el lindano —prohibido en agricultura desde 1968— seguía siendo vendido como piojicida en farmacias hasta 2011, cuando logró que se retirara del mercado tras una denuncia ante el Defensor del Pueblo. “Le poníamos un neurotóxico en la cabeza a nuestros hijos con una concentración hasta 50 veces mayor que en el campo”, ilustró. «43 años usamos en la cabeza de nuestros hijos el insecticida prohibido en su uso veterinario y agronómico», continuó. El neurólogo tóxico fue el Malathion (fosforado neurotoxico) que se prohibió en 2012.
«El lindano (clorado) es el único fitosanitario que la IARC (Agencia Internacional de Cáncer) lo clasifica como cancerígeno, disruptor endocrino, etc por eso fue prohibido por 12 leyes en Argentina desde 1968″, graficó.
También apuntó contra los repelentes, los insecticidas domésticos, las pastillas evaporizables para mosquitos, las lavandinas mezcladas con detergentes (que liberan gas cloro, el mismo que se usaba en la Primera Guerra Mundial) y los disruptores endócrinos presentes en plásticos, cosméticos y envases, que según estudios recientes fueron hallados en testículos humanos, placas arteriales y hasta mamaderas.
“El problema no es el químico. El problema es quién lo usa y cómo lo usa. El riesgo depende de la toxicidad, sí, pero también del tiempo y la vía de exposición”, insistió.
Manera subrayó que los productos químicos actúan muchas veces como enemigos invisibles, especialmente para los niños y las embarazadas, y alertó sobre el aumento de enfermedades como leucemia infantil, pubertad precoz, problemas neurológicos y obesidad vinculadas a estas exposiciones.
También puso el foco en la falta de educación pública y control sobre estos productos. “¿Por qué nadie te explica que no podés calentar comida en envases plásticos? ¿Por qué un repelente te lo venden como si fuera perfume?”, cuestionó, al tiempo que remarcó que muchas sustancias prohibidas para la agricultura siguen vendiéndose en viveros, supermercados o perfumerías sin ningún tipo de advertencia.

La exposición cerró con un mensaje que rompió con el discurso habitual sobre los agroquímicos. “No hay evidencia de que el campo esté enfermando más que las ciudades. De hecho, la tasa de cáncer es más alta en las grandes urbes”, dijo, y enumeró estudios internacionales que desmienten el vínculo directo entre agroquímicos y enfermedades como se suele afirmar desde algunos sectores.
“La ignorancia, sumada al fundamentalismo, da como resultado un discurso peligroso. Legislar desde la ideología y no desde la ciencia nos lleva a tomar decisiones equivocadas”, advirtió.
A modo de cierre, dejó una frase que sintetiza su mirada: “Si la gente se cae continuamente en un precipicio, lo más lógico es poner una valla en el borde, no un hospital en el fondo. Esa valla se llama educación”.
Tomado de https://news.agrofy.com.ar/