El año de los barbijos

Y un día la vida se puso en pausa, todo aquello que era normal, dejó de serlo.

De repente todo quedó en espera: los encuentros, los abrazos, los mates compartidos, los festejos, los viajes, los proyectos…, y empezamos a mirar la vida desde una ventana.

Ningún autor de películas de ciencia ficción habría escrito un mejor argumento que la realidad misma.

Una realidad que golpeó a todo el mundo por igual, no se salvaron las grandes potencias ni los países en desarrollo, la pandemia no distinguió entre barrios cerrados o villas de emergencia, a todos nos sorprendió de la misma manera y nos igualó frente a una amenaza desconocida.

Nos dejó en claro que la prioridad es la salud frente a otras que teníamos establecidas, nos remarcó una y otra vez que la única salvación es el conocimiento, la ciencia, y nos puso a merced de los científicos, a la espera de la tan ansiada vacuna.

Mientras el mundo sigue mirando la vida por la ventana, el ecosistema parece hacer justicia: los animales vuelven a transitar por sus hábitats naturales, las aguas del planeta lucen más cristalinas que nunca y la contaminación ambiental está en sus niveles más bajos en décadas.

De un día para otro tuvimos que interiorizarnos acerca de qué es una pandemia, incorporamos en nuestro vocabulario diario nuevos términos como corononavirus, o Covid 19, cuarentena, y comenzamos a adaptarnos a un nuevo paisaje urbano, mucho más triste, más solitario, más desolador.

De un día para otro no vimos más chicos jugando en la calle,  parques o plazas, dejamos de ver a grupos de adolescentes compartiendo una ronda de mates en una vereda, y parejas de novios caminando abrazados o de la mano.

Las pantallas se convirtieron en un elemento esencial para mantener los vínculos en medio de «esta nueva normalidad», en la que abuelos y nietos tuvieron que adaptarse, para postergar los abrazos y reemplazarlos por otros virtuales.

En esta nueva normalidad, la vida transcurre entre días de encierro y salidas pautadas, y pareciera que sólo se trata de esperar y esperar a que la amenaza invisible emprenda la retirada.

Cada pueblo, cada ciudad se llenó de barbijos, y esa imagen también nos shockeó, pero terminamos adaptándonos.

Hoy todavía seguimos mirando la vida por la ventana y de a poco nos vamos animando a abrirla.

Ojalá que cuando salgamos otra vez a la vida, sea de una manera diferente a la que estábamos, ojalá que en esa «nueva normalidad» que comencemos a construir, seamos capaces de haber hecho un cambio como personas, como sociedad, como humanidad.

Y ojalá que este 2020, que va a ser recordado como el año de los barbijos, nos deje como aprendizaje una sociedad más solidaria, más empática, y sobre todo más consciente del uso de los recursos naturales.

Por Griselda Bottasso