En octubre de 2020, los medios confirmaban una noticia que ya se temía desde hacía tiempo, la aprobación del trigo HB4, de la empresa Bioceres. Con dicho acontecimiento, Argentina sería el primer país del mundo en aprobar un elemento transgénico en este cultivo fundamental para la alimentación de los pueblos.
La aprobación del HB4 sumaría al trigo a los otros tres cultivos transgénicos que ya se producen masivamente en el país: soja, maíz y algodón. La principal diferencia radica en que estos otros cultivos se utilizan para fabricar productos de consumo indirecto, tales como alimento para animales, jarabe de alta fructosa endulzante presente en la mayoría de los alimentos ultraprocesados y productos textiles sanitarios, es decir, llegan al consumo humano de forma indirecta.
El trigo, en cambio en tanto base del pan, alimento primordial, sería el primero en producirse para el consumo directo por parte del ser humano, en el caso de la región, esto se agrava por la cantidad de trigo incluida en la dieta de nuestros pueblos.
En el informe se indica que el trigo es consumido, en promedio, en cantidades que superan los 85 kg por persona por año. Este número muestra cómo, por nuestra cultura, historia y economía, nuestra población consume mucho más trigo, en promedio, que casi todas las culturas del mundo.
El HB4 se promociona simplemente como “un nuevo trigo resistente a la sequía”, evitando cualquier referencia a su resistencia a agrotóxicos. En este caso, el cultivo es resistente al herbicida glufosinato de amonio, más nocivo incluso que el conocido glifosato.

El Atlas del agronegocio transgénico en el Cono Sur explica que los cultivos transgénicos, insertados en la región desde la década de 1990, tienen como principal característica la resistencia a productos químicos fabricados por las mismas empresas que desarrollan las semillas modificadas genéticamente, y que producen efectos nocivos tanto en los propios cultivos como en el medio ambiente. De esta manera suelos, agua, cultivos aledaños y poblaciones cercanas sufren envenenamiento por pesticidas y herbicidas fabricados por estas empresas y en muchos casos, con los mismos principios activos que desarrollaron las armas químicas aplicadas en las guerras del siglo XX.
Los resultados son tan trágicos como elocuentes, y muestran notables aumentos en casos de cáncer, malformaciones, mortalidad infantil, abortos espontáneos y otras graves enfermedades.
En definitiva, los intereses que mueven la aprobación del trigo transgénico son, indudablemente, económicos, y sus argumentos son fácilmente refutables. La solución a la sequía no es cambiar la composición genética de las semillas, sino que es, entre otras cuestiones, detener la emisión de gases de efecto invernadero; los mismos que se multiplican con el paquete tecnológico que los transgénicos traen de la mano. Por eso, avanzar en el cultivo comercial del trigo transgénico será un obstáculo más en el camino hacia la Soberanía Alimentaria y en el cuidado del ambiente.
Para evitar esto, es esencial garantizar la posibilidad de producir trigo en forma agroecológica, tal como nuestro clima y nuestro suelo nos permiten, donde campesinos y agricultores familiares sean protagonistas de un modelo que respete la salud y la biodiversidad. Un modelo que incluya políticas públicas que garanticen el acceso a la tierra y las semillas en manos campesinas, con circuitos locales de comercialización y vinculación directa del productor con el consumidor, para que todos tengamos la posibilidad de decidir qué alimentos llevamos a nuestra mesa.
Por Robert Lizárraga
Fuente: Amenazas a la soberanía alimentaria en Argentina. Fundación Rosa Luxemburgo.