CONCIENCIA AMBIENTAL: El negocio del hambre

Por Robert Lizarraga

En Argentina, durante el mes de octubre del año 2020 se autorizó la liberación del trigo resistente a la sequía y tolerante al glufosinato de amonio denominado Hb4. Casi simultáneamente, en el Sudeste asiático y en el Cono Sur de América Latina se está avanzando con la aprobación de nuevos transgénicos contra los que hemos venido resistiendo desde distintos espacios y articulaciones. Aun desde la ciencia, pero sobre todo campesinas, campesinos y organizaciones sociales y ecologistas vienen luchando, en algunos casos desde hace décadas, contra la liberación comercial de estas semillas.


Cuando a fines de la década de los 80 y principios de los 90 se comenzaron a promover las semillas modificadas genéticamente, el lobby corporativo anunciaba que traerían en su segunda y tercera generación grandes ventajas para resolver el hambre en el mundo de la mano de alimentos más nutritivos y mejor adaptados a las condiciones climáticas de las diferentes regiones.


El pensar que las transnacionales y el modelo agroindustrial van a alimentar a la pobreza que fabricaron, es una triste esperanza. Esa es la quimera en el país donde la convencionalidad política descubrió el hambre en tiempos de desolación sojera, dependencia feroz del agronegocio y el extractivismo brutal, territorios con más de la mitad de los niños sometidos por la pobreza y condenados a una pésima alimentación por una industria que convierte el alimento en un negocio saqueado de soberanía. Hay que comer sólo lo que ellos imponen. El resto no está a mano, el resto está en la tierra, un espacio que debería ser el mosaico de ataque al hambre, un ataque genuino, no el de la donación del 1% de la producción de semillas transgénicas y agroquímicos de Syngenta.

La realidad hizo que durante los últimos 30 años se multiplicara el consumo de agrotóxicos. Como hemos visto en el caso de la soja, los transgénicos con tolerancia a herbicidas multiplican el consumo de los mismos, ya que ésa es la razón para la que se han desarrollado.

Más que representar una nueva semilla con ventajas para los consumidores, la liberación de trigo transgénico significará la garantía de mercado para que Bayer-Monsanto y otras multinacionales comercialicen herbicidas a base de glufosinato de amonio, un compuesto mucho más tóxico que el glifosato, un nuevo veneno extremadamente tóxico estará presente en nuestro pan de cada día, porque el trigo constituye una parte importante de la base alimentaria en todo el mundo: en panes, pastas, pizzas, tortas, galletas, entre otros. A partir de esta autorización, el trigo tendrá residuos de glufosinato de amonio que se incorporará a las harinas y sus derivados, es decir, habrá presencia de esta sustancia en alimentos básicos de consumo diario.

Detrás de estos transgénicos se oculta una cuestión central y estratégica para el poder corporativo: el arroz y el trigo son cultivos que aún no habían sido colonizados completamente por la industria de semillas. Los transgénicos son fundamentales para que el agronegocio pueda tener el control de los mercados de semillas de estos cultivos.

Mientras tanto, la agroecología de base campesina, la diversidad de semillas y cultivos, el protagonismo de los pequeños agricultores y los mercados locales han demostrado ser el camino correcto. Día a día ganan terreno en un mundo que, frente a las diversas crisis que enfrenta, necesita con urgencia desmantelar el poder corporativo en la agricultura para terminar con el gran crimen que significa la continuidad del hambre en el mundo y avanzar en políticas y acciones que pongan en marcha los nuevos paradigmas imprescindibles.

Fuente: resumenlatinoamericano.org/ biodiversidadla.org
Por Robert Lizarraga