El poder de la alegría…

Venimos buscando ese bálsamo positivo y de entendimiento, medido en gestos compartidos, hace tiempo… ¡Nos era necesario!

La importancia de la transmisión de alegría, en la cancha, como en la diaria, se vuelve pósima mágica, motor de empuje y de garra, cuando es necesario “no rendirse”.

Y ahí estábamos, en un nuevo encuentro de arengas, de gritos de euforia y lágrimas de emoción. Porque cuando vemos miles de camisetas celestes y blancas, haciendo fuerza por lo mismo, eso sí ¡¡Emociona el alma!!

Cantitos grupales, mensajes de aliento, un mate compartido comunitario en casa, la radio en el trabajo, un niño recién nacido adquiriendo folklore y un abuelo recordando juego de potreros o el mundial de Italia.. Juega la selección y ahí estamos todos en la cancha, porque cuando juegan ellos, somos cuarenta millones que llevamos la pelota (sería lindo que fuese en todos los deportes, pero bueno, son gustitos), millones de argentinos que pensamos jugadas, que sentimos el full en el tobillo o el tirón de camiseta, corremos a esa pelota que no llegamos y a veces cometemos un offside.

En el buen sentido, el fútbol, es parte de nuestra cultura, símbolo de unión,  conocimiento más allá de las fronteras del país, e historia. Amén, de sus capítulos oscuros y sus negociados que en los últimos tiempos le han oscurecido la esencia, no es ajeno y si es nuestro, una cuota argenta (privilegios de barras bravas, trances políticos, comercialización de la dignidad y demás) que no van a obnubilar, al menos hoy, éstas líneas.

El análisis viene por este lado; la felicidad que transmite una sonrisa, desde niños, puede mover montañas, más aún si la acompañan gestos de respeto y ojos brillosos al sonar el himno nacional; la sonrisa es el gesto universal de empatía, de acompañamiento, ese que es necesario en momentos de fortalecimiento de vínculos, que nos da el poder de acercamiento, de tregua, y si es compartida, la hermandad se apodera de cualquier entorno.

No importa si sos de Huracán o San Lorenzo, si sos kichnerista o macrista, católico o ateo… esa alegría visceral de familia celeste y blanca, que no la porta cualquiera.

 Hay una abrumadora realidad argentina, que nos ha dejado sin ganas de “sentir pertenencia” tantas veces. Propio de formas de actuar, de nuestro ADN nacional, vivimos a diario situaciones que nos caracterizan de forma negativa, por lo que, en tantas ocasiones preferimos no comprometernos más allá de la cuenta, hacer lo propio y nada más, sin responsabilidades comunes, ni proyecciones comunitarias.

Se siente hermoso cuando en equipo se logran objetivos grupales, cada cual desde su lugar, haciendo lo mejor y un poquito más (en ese poquito hacemos la gran diferencia). Eso también es patriotismo. Vimos que cuando la sinergia se apodera de las partes, entendemos (en resultado, de otra forma no leemos) que es factible un camino compartido, desde donde focalizar nuestros nortes.

La alegría del respeto que somos capaces de tener, es imborrable, una hinchada bancando, once jugadores dialogando, entendiéndose, locutores televisivos respetando y ante algunas situaciones adversas de juego llamándose al silencio (no todos, eso sí). Deberíamos pensar en ser una réplica exacta de lo que así fuimos, en el día de ayer, en el partido ante Nigeria, el gozo de vernos juntos, viviendo o no fútbol, nos hace mejores, distintos pero complementarios; nos hace hermanos.

Ante gambeta y jugadas, pasión contenida y risas, inteligencia y liderazgo, temple y garras; un combo de duplas invencibles.

A la vista está que Argentina, nuestro hermoso país, nos necesita tirando para el mismo lado, con sueños comunes y corresponsabilidades reales.

La alegría hace mágico los momentos, logra diálogos, contagia ganas. Ni te cuento si son alegrías nacionales. Por eso un guiño, miles de risas, el abrazo comunitario, más gestos de grandeza y gente de bien portando la celeste y blanca cada día, entendiendo al otro, con empuje en cada ámbito, con trabajo en equipo (y mucho) y real compromiso; nos haría imparables.

Seguro suenan estas líneas, un discurso naif, sólo pensaba que gratifica vernos jugar así, logramos mucho cuando nos ponemos la camiseta nacional ¡¡Un simple sueño en millones, sería posible!!…

Cuando llegue el sábado, volverán los nervios y desde mi mirada bastante idealista,  apelaré nuevamente a ver los mismos valores, ante la pasión que despierta este deporte, ante la euforia de esta “hinchada loca argentina” que quiere seguir jugando, pero no debe olvidar que en casa, quedan muchos mundiales por ganar, sólo juntos, logrando sinergia y contagiando sonrisas (pese a cualquier circunstancia)…

                                                                                                              Por Poly Barrio- Lic. en Comunicación Social-